Robots que fabrican robots y cerebros conectados: Sam Altman avanza la próxima década de la IA

Sam Altman, CEO de OpenAI, acaba de sentar las bases del futuro próximo de la IA y su impacto en la sociedad. En un comunicado extenso (extensísimo) y lleno de reflexiones interesantes, declaró lo que parece un punto de no retorno: “Ya hemos pasado el horizonte de sucesos; el despegue ha comenzado.”
En su carta, que llega poco después de una entrevista en la que el CEO de Google Sundar Pichai reflexionaba también sobre el futuro de esta tecnología, traza un panorama del presente y el futuro cercano donde la humanidad convive, crece y se redefine a través de una nueva era: la de la superinteligencia digital. El horizonte: la década de 2030.
«ChatGPT ya es más poderoso que cualquier ser humano que haya vivido»
Aunque aún no caminamos entre robots humanoides ni la IA gobierna el día a día de la mayoría, el avance es innegable. Según Altman, ya existen sistemas —como GPT-4 o el recientemente lanzado o3-pro — que superan al ser humano en múltiples tareas cognitivas y que han empezado a transformar el trabajo, la ciencia y la productividad. Para él, los momentos más difíciles del desarrollo técnico han quedado atrás; lo que viene ahora es expansión, aplicación y aceleración. Tal y como explica en su publicación:
«La IA contribuirá al mundo de muchas formas, pero las mejoras en la calidad de vida gracias al impulso del progreso científico y al aumento de la productividad serán enormes; el futuro puede ser mucho mejor que el presente. El progreso científico es el mayor motor del progreso general; es tremendamente emocionante pensar cuánto más podríamos lograr.
En cierto sentido importante, ChatGPT ya es más poderoso que cualquier ser humano que haya vivido. Cientos de millones de personas dependen de él a diario y para tareas cada vez más importantes; una pequeña capacidad nueva puede generar un impacto enormemente positivo; una pequeña desalineación multiplicada por cientos de millones de personas puede causar un gran impacto negativo».
Diez años de investigación en un mes
Uno de los ejes centrales del texto es el impacto que la inteligencia artificial avanzada tendrá en el progreso científico. Altman sostiene que herramientas como ChatGPT han potenciado significativamente la productividad de millones de personas y que el ritmo de descubrimiento podría multiplicarse radicalmente.
«En los años 2030, la inteligencia y la energía —las ideas, y la capacidad de hacerlas realidad— serán extremadamente abundantes. Estos dos factores han sido los principales limitadores del progreso humano durante mucho tiempo; con inteligencia y energía abundantes (y buena gobernanza), teóricamente podríamos tener cualquier otra cosa.
Ya vivimos con una inteligencia digital increíble, y después del impacto inicial, la mayoría de nosotros ya nos hemos acostumbrado. Pasamos muy rápido de asombrarnos porque la IA puede generar un párrafo bellamente escrito a preguntarnos cuándo podrá generar una novela entera; de asombrarnos porque puede hacer diagnósticos médicos que salvan vidas a preguntarnos cuándo desarrollará las curas; de asombrarnos porque puede crear un pequeño programa de computadora a preguntarnos cuándo podrá crear una empresa completa. Así es como avanza la singularidad: los asombros se vuelven rutina, y luego requisitos básicos.
Sabemos de científicos que son dos o tres veces más productivos que antes gracias a la IA. La IA avanzada es interesante por muchas razones, pero quizás ninguna tan significativa como el hecho de que podemos usarla para investigar IA más rápido. Podríamos descubrir nuevos sustratos computacionales, mejores algoritmos, y quién sabe qué más. Si podemos hacer diez años de investigación en un año, o en un mes, entonces el ritmo del progreso será claramente distinto».
Los costes de la IA descenderán en picado: robots que construyen robots
Altman plantea que ya existen bucles de retroalimentación positivos donde la IA no solo ayuda a construir mejor IA, sino que genera valor económico que se reinvierte en infraestructura —como centros de datos y robótica— para soportar nuevas generaciones de sistemas más potentes. En el horizonte asoman conceptos como robots que fabrican otros robots y centros de datos que se autoconstruyen, lo que podría acelerar aún más la curva tecnológica.
Además, en este escenario, Altman sugiere que el coste de la inteligencia artificial se reducirá progresivamente hasta igualarse con el de la electricidad, haciendo que la inteligencia se vuelva abundante y casi gratuita.
«La creación de valor económico ha iniciado un ciclo de construcción de infraestructura que se compone y acelera para ejecutar estos sistemas de IA cada vez más potentes. Y los robots que pueden construir otros robots (y, en cierto sentido, los centros de datos que pueden construir otros centros de datos) no están tan lejos.
Si tenemos que construir el primer millón de robots humanoides de la manera tradicional, pero luego ellos pueden operar toda la cadena de suministro —extraer y refinar minerales, conducir camiones, operar fábricas, etc.— para construir más robots, que a su vez pueden construir más fábricas de chips, centros de datos, etc., entonces el ritmo del progreso será evidentemente diferente.
A medida que se automatice la producción de centros de datos, el coste de la inteligencia debería converger finalmente con el coste de la electricidad.
En cualquier caso, Altman ha aprovechado para contextualizar el coste que ya implica actualmente el uso de la IA, y calmar las voces críticas por su impacto ecológico: «La gente suele preguntar cuánta energía consume una consulta a ChatGPT: el promedio es de unos 0.34 vatios-hora, lo que un horno consume en poco más de un segundo, o lo que consume una bombilla de bajo consumo en un par de minutos. También usa aproximadamente 0.000085 galones de agua, como una quinceava parte de una cucharadita».
Más adelante en su comunicado es todavía más contundente en sus predicciones, hablando de «una inteligencia tan barata que ni siquiera se tenga que medir está al alcance«. Una frase llamativa que hace un paralelismo con una cita famosa del sector energético. En los años 50, se dijo que la energía nuclear sería “too cheap to meter”, es decir, tan barata que ya no sería necesario cobrarla por consumo o medirla individualmente. Aunque eso no se terminó cumpliendo con la energía nuclear, la expresión quedó como una metáfora del acceso prácticamente libre o extremadamente barato a un recurso antes costoso o escaso.
2030: hacia un nuevo contrato social
Aunque prevé cambios radicales, Altman también enfatiza que muchos aspectos esenciales de la vida humana —el amor, la creatividad, el juego— persistirán. “En los aspectos más importantes, los años 2030 quizás no sean tan distintos”, escribe. Pero en otros —como la forma en que trabajamos, descubrimos o nos relacionamos con el conocimiento— “serán radicalmente distintos a cualquier época anterior.”
También advierte sobre los desafíos sociales que supondrá la aceleración de la IA: la desaparición de empleos tradicionales, el riesgo de concentración de poder y la necesidad de un nuevo contrato social. Frente a esto, propone una distribución amplia y equitativa del acceso a la superinteligencia, así como un marco regulatorio global que defina colectivamente los límites y objetivos de estos sistemas. En su texto, habla de «nuevas ideas políticas que antes eran impensables», sin concretar más sobre a qué se refiere, pero que deja intuir que pueden ir por el lado de la redistribución de la riqueza, algo que actualmente es anatema en los EE.UU. de la era Trump:
«Habrá partes difíciles, como clases completas de empleos que desaparecerán, pero, por otro lado, el mundo se volverá mucho más rico tan rápido que podremos contemplar seriamente nuevas ideas políticas que antes eran impensables. Probablemente no adoptemos un nuevo contrato social de una sola vez, pero cuando miremos atrás dentro de unas décadas, los cambios graduales habrán sido significativos.
Si la historia sirve de guía, descubriremos nuevas cosas por hacer y nuevos deseos, y asimilaremos nuevas herramientas rápidamente (el cambio de empleos tras la revolución industrial es un buen ejemplo reciente). Las expectativas aumentarán, pero las capacidades también, y todos tendremos cosas mejores. Seguiremos construyendo cosas cada vez más maravillosas para los demás. Las personas tienen una ventaja importante y duradera sobre la IA: estamos programados para preocuparnos por otras personas, lo que piensan y hacen, y no nos importan mucho las máquinas.
Un agricultor de subsistencia de hace mil años vería lo que muchos de nosotros hacemos hoy y pensaría que tenemos trabajos falsos, que simplemente jugamos para entretenernos ya que tenemos comida y lujos inimaginables. Espero que miremos los trabajos de dentro de mil años y pensemos que también son falsos, y no dudo que se sentirán increíblemente importantes y satisfactorios para quienes los hagan».
Otro de los temas más urgentes para Altman es resolver el problema de la alineación: garantizar que las inteligencias artificiales actúen conforme a los intereses humanos a largo plazo. Para ejemplificarlo, aprovecha para darle un pequeño pescozón al sector del social media, hablando de los algoritmos de redes sociales que explotan sesgos cognitivos, como casos de IA desalineada con efectos negativos tangibles.
Así, Altman puesta por una gobernanza global que combine libertad de uso con límites claros definidos por la sociedad. La conversación sobre estos límites, insiste, debe comenzar cuanto antes.
Una herramienta universal para todos y cerebros conectados
Altman concluye con una imagen poderosa: la superinteligencia como un «cerebro para el mundo», altamente personalizado y accesible. Cree que estamos a punto de vivir un cambio de paradigma, donde cualquier persona con una idea —antes ridiculizada por no tener los medios técnicos— podrá llevarla a cabo. “Las limitaciones serán las buenas ideas”, sentencia.
Un futuro inimaginable, pero cercano.
Como ves, la visión de Altman es tan audaz como inquietante. Sostiene que en apenas una década podríamos ver avances que hoy suenan a ciencia ficción: desde colonización espacial hasta interfaces cerebro-computadora avanzadas.
La tasa de nuevos logros será inmensa. Hoy es difícil siquiera imaginar lo que habremos descubierto para 2035; tal vez pasemos de resolver la física de alta energía un año a comenzar la colonización espacial al siguiente; o de un gran avance en ciencia de materiales a interfaces cerebro-computadora de alta velocidad. Muchas personas elegirán vivir sus vidas como hasta ahora, pero al menos algunas probablemente decidirán “conectarse”.
Y sin embargo, afirma que vivir ese futuro será, como todo progreso humano, un proceso gradual, casi imperceptible: “la singularidad ocurre poco a poco, y la fusión ocurre lentamente.”
«Nosotros (toda la industria, no solo OpenAI) estamos construyendo un cerebro para el mundo. Será extremadamente personalizado y fácil de usar para todos; estaremos limitados por las buenas ideas. Durante mucho tiempo, los técnicos de la industria de las startups se han burlado de «los que tienen ideas»; personas que tenían una idea y buscaban un equipo para desarrollarla. Ahora me parece que están a punto de alcanzar su máximo potencial.
OpenAI es muchas cosas ahora, pero ante todo, somos una empresa de investigación en superinteligencia. Tenemos mucho trabajo por delante, pero la mayor parte del camino ya está iluminado, y las zonas oscuras se están despejando rápidamente. Nos sentimos extraordinariamente agradecidos de poder hacer lo que hacemos».
En una mezcla de entusiasmo, advertencia y esperanza, Altman cierra con una promesa: que el ascenso hacia la superinteligencia sea suave, exponencial y sin sobresaltos.
Imagen: ChatGPT
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